
–No se habrá vuelto usted vegetariano, Pérez Ventana.
Pues no, la verdad. Aunque tampoco pasaría nada, vistos estos michelines cuarentones. Ocurre que un servidor se ve reflejado habitualmente en el traidor de Matrix que vendía la salvación del mundo por un entrecot de buey crudito. Recordad aquella genial reflexión de Joe Pantoliano: “Sé que este filete no existe. Sé que cuando me lo meto en la boca es Matrix la que está diciendo a mi cerebro: es bueno y jugoso”. Después de nueve años, ¿sabes de lo que me doy cuenta? La ignorancia es la felicidad”. Dios, qué placer. Además, no sabemos a ciencia cierta si aquella buena vaca de nuestro Señor se había criado feliz entre pastos y sin probar el odioso pienso transgénico, como mandan los cánones de la ganadería ecológica.
Definitivamente no me he pasado a lo verde, y en términos futbolísticos aún menos. Es solo que estos días acabo de redactar un trabajo sobre cocina ecológica –ver información aquí– y, claro, me salen por las orejas datos y replanteamientos vitales. Ha sido un encargo de mi hermana Pati (La Ventana Editorial), reputada periodista gastronómica, que estos días gestiona un blog con las recetas de sus abuelas, que también eran las mías: DivinaCocina. Leer sobre el tema da que pensar. Porque claro, de entrada nos gustan las palabras ‘seguro, natural y auténtico’, pero lo que no nos gusta es la palabra ‘caro’. Solo es cuestión de tiempo que elevemos el nivel de la exigencia en las estanterías del súper, en mayor grado si no es proporcional al vaciado del monedero.
Alimentos ecológicos, mire usted
En el trabajo aludido, a modo de recordatorio, servidor escribía lindezas tales como la que sigue. «Los productos ecológicos, biológicos u orgánicos –en este contexto los tres términos son sinónimos– son aquellos que han sido producidos de forma biológica, sin compuestos agroquímicos y siguiendo métodos tradicionales. Deben ir presentados en envoltorios igualmente ecológicos y certificados por una autoridad competente. El conjunto de estos factores posibilita la obtención de alimentos muy saludables y de gran calidad, ya sean cárnicos, agrícolas, vinos y bebidas, amén de contribuir a la diversidad biológica y a la preservación de las especies y los hábitats naturales del mundo rural, minimizando así el impacto humano en el medio ambiente y en los animales. En definitiva, los productos ecológicos son el resultado de un medio sostenible de producción agraria y ganadera que hace un uso racional de los recursos naturales y no los compromete para generaciones futuras». De entrada, lo de mandar la agroquímica a tomar viento suena bien, ¿no?
Para entendernos, productos ecológicos que se pueden encontrar fácilmente en el mercado son, entre otros, verduras, hortalizas, cereales, legumbres, vinos, cervezas, lácteos, carnes –en especial cordero, ternera, cerdo y pollo–, pescados –trucha, lubina, dorada, lenguado–, pastelería, panes, aceite de oliva virgen, quesos, frutos secos, cacao, hierbas y especias, miel, zumos, conservas de frutas y verduras, comidas preparadas, alimentos para bebés, algodón, flores cortadas, etc. La transformación de las materias primas ecológicas también es un reflejo de los infinitos gustos, habilidades y tendencias culinarias que caracterizan al consumo actual. Nuevos productos para fórmulas antiguas.
Hasta hace muy poco la venta de productos ecológicos se circunscribía a mercados locales, tiendas especializadas, venta directa en la misma explotación agraria o cooperativa y compras on-line a través de internet. Artículos gourmet o delicatessen, vaya. Sin embargo, el auge de su producción y consumo ha posibilitado la presencia de estos alimentos en supermercados e hipermercados, donde se muestran en línea con los productos convencionales. También crece día a día el número de restaurantes que incluyen en sus cartas menús ecológicos, y, por cierto, con gran aceptación por parte de los comensales. El precio de los alimentos ecológicos, no obstante, aún experimenta un incremento respecto a los tradicionales debido al mayor coste para los operadores en toda la cadena de suministro. Como es lógico, la transformación de los sistemas de producción alimentaria no será de un día para otro. Los componentes agroquímicos y transgénicos seguirán empleándose en la industria agroalimentaria. Pero algo ha cambiado: el ciudadano puede informarse y elegir libremente la calidad del alimento que introduce en la cesta de la compra. Y esta será la pauta del consumo en Europa durante el presente siglo.
Va en ello nuestra salud, que no es poco
El auge de los productos ecológicos pasa por ser una tendencia innovadora, casi trasgresora. En realidad no lo es tanto. Al fin y al cabo, la agricultura ecológica no es más que la agricultura de antes. La que proporcionaba suministros básicos a la cocina de la abuela. La de siempre. Y es que en el último medio siglo las técnicas agrícolas han ido evolucionando hasta desarrollar métodos manifiestamente agresivos para, por ejemplo, combatir las plagas y enfermedades o acelerar el crecimiento. El impacto de estos compuestos agroquímicos en la salud no está aún definido con exactitud, pero sí sospechamos que no son sustancias inocuas, en mayor grado a largo plazo. De hecho, diferentes estudios informan, por ejemplo, de que el 60 por ciento de las enfermedades degenerativas está relacionado con una mala alimentación. Según los expertos, los alimentos biológicos o ecológicos tienen hasta un 40 por ciento más de antioxidantes y entre un 40 y un 60 por ciento más de vitaminas y minerales, así como menos porcentaje de agua. Ingerir, aun en pequeña proporción, productos químicos o alimentos alterados genéticamente no puede ser sano. No en vano, las mutuas agrícolas han establecido una relación entre los fertilizantes químicos y pesticidas con el 73 por ciento de enfermedades y dolencias declaradas por los consumidores de esos productos. Los pesticidas que contienen muchos de los alimentos que consumimos pueden ser culpables de enfermedades crónicas y problemas del sistema inmune. También hay opiniones contrarias, como es de rigor. En todo caso, la agricultura y la ganadería biológicas, al prescindir de pesticidas, semillas transgénicas, hormonas de crecimiento, etc., no pueden más que proporcionar consecuencias positivas para quien sustenta en ellas su modo de vida y su alimentación.
Podríamos enumerar infinidad de beneficios de los alimentos ecológicos para la salud. Básicamente, son productos seguros, naturales y auténticos. Hablamos de alimentos genuinamente originales y con todas sus propiedades nutritivas. En la producción de alimentos ecológicos no se emplean sustancias químicas de síntesis ni organismos modificados genéticamente. Esta técnica de elaboración asegura que los productos conserven intactos sus componentes alimenticios y sean de la mayor calidad. Además los vegetales ecológicos se deterioran más lentamente, pues se cosechan cuando están maduros, no como los que venden las grandes empresas productoras, muy verdes en la recolección. Las carnes orgánicas son más magras, tienen menos grasa intramuscular. También destacan por su sabor y diversidad. Es cierto que algunos de estos productos no lucen un aspecto tan apetecible, pero lo compensan con un color mucho más puro.
¿Y somos los españoles ‘ecológicos’? Aún no. Al menos no de forma mayoritaria, pese a que presumimos de ser los primeros en producción mundial. Y desde luego no al nivel de los vecinos británicos, franceses y alemanes. Muchas personas aún los ignoran, ya sea por desconocimiento o porque no los encuentran con facilidad. Pero la tendencia es creciente. Los consumidores más exigentes y mejor informados eligen productos ecológicos por sus cualidades organolépticas –sabor, textura, olor, color– o por su concienciación con el medio ambiente y el bienestar de los animales. Es aún es un consumo muy reducido, pero los gestores de grandes firmas alimenticias saben que estos productos terminarán formando parte de sus expositores al mismo nivel que los convencionales.
Los rostros de la ‘moda’ ecológica
A modo de ‘prescriptores’ –bienvenida sea cualquier ayudita en la promoción de tales menesteres–, aunque mirando por sus propios intereses, mayormente la querencia a envejecer bien, son muchos los famosos que han declarado públicamente su compromiso con el modo de vida ecológico. Algunos por esnobismo, de acuerdo. Pero otros, como tantos millones de ciudadanos, en mayor grado dado su interés por la imagen y el bienestar físico, eligen alimentos orgánicos por sus beneficios para la salud o su concienciación con el medio ambiente y el bienestar de los animales. Y no solo en el plato. El ecologismo, alguna de sus múltiples encarnaciones, forma parte de su día a día. Por ello Al Gore regresó del lado oscuro y proclamó su verdad incómoda. Recordemos unos ejemplos.
La actriz y modelo Liz Hurley –ex de Hugh Grant– presentó en 2009 su propia línea de productos ecológicos, todos ellos procedentes de su granja en Gloucestershire. Los alimentos en cuestión le harán sombra a los del Príncipe Carlos, quien también es encendido incondicional de la vida campestre y saca tiempo para cultivar productos ecológicos en sus propios huertos. O el músico neoyorquino Lenny Kravitz, cuya especial preocupación por el medio ambiente le ha llevado a construirse una casa en Las Bahamas en clave absolutamente ecológica. O el de Leonardo DiCaprio, que, además de conducir un coche híbrido y viajar en aerolíneas comerciales, se compró un apartamento ecológico en Nueva York decorado con pinturas no contaminantes y con sistemas de tratamiento de aguas, filtrado de aire y paneles solares rotatorios que generan su propia energía. Una vivienda autosuficiente, lo mismito que la de Cate Blanchett.
Otra muestra sonada de militancia en la moda ecológica es la del actor estadounidense Brad Pitt, en cuyo currículo, además de los intereses alimenticios, figura el diseño de casas ecológicas en Nueva Orleans –que compensan la destrucción causada por el huracán Katrina en 2005– o Dubai. Incluso una firma de cosméticos comercializa a medias con el actor un producto con emblema verde, en concreto un limpiador corporal biodegradable, no testado en animales y con envase 100% reciclable. Una más. El mítico Paul Newman dejó algo más que maravillosas películas: Newman’s Own es una empresa dedicada a la alimentación ecológica cuyos beneficios se destinan íntegramente a labores benéficas.
Vegetarianos ha habido siempre. Muchos de ellos famosos, claro. Ya lo dijo Einstein: “Nada incrementaría tanto la posibilidad de supervivencia sobre la Tierra como el paso hasta una alimentación vegetariana”. Lo que ocurre es que el apellido ‘ecológico’ viene a enriquecer aún más esa dieta. Y, entre otros muchos, personajes como los músicos Alanis Morissette, Madonna, Paul McCartney, Bob Dylan, Carlos Santana, Bryan Adams y Moby o los actores Drew Barrimore, Natalie Portman, Cameron Diaz, el malogrado River Phoenix, Michelle Pfeiffer, Richard Gere o Woody Harrelson hicieron caso a Don Alberto. En concreto, el protagonista de Cheers, profesor de yoga y activista del ecologismo, solo se alimenta de crudos, es decir, fruta fresca, verduras, semillas y frutos secos. “Estamos introduciendo alimentos muertos en nuestro cuerpo, y sólo la vida nos traerá vida”, dice. Eva Mendes posó sin ropa en un anuncio en el que aseguraba que prefería ir desnuda antes que llevar pieles. Por su parte, el líder de Radiohead, Thom Yorke, asegura que comer vegetales fue una de las primeras decisiones que tomó para no formar parte del sistema. Por esta u otras razones, Enrique Bunbury, la reina Doña Sofía –devota de la menestra–, la infanta Cristina y Montserrat Caballé basan su alimentación en los vegetales, preferiblemente ecológicos.
–No, si ahora le va a gustar a usted el famoseo, Pérez Ventana. Lo que hay que leer…
quico@perezventana.es
twitter: @perezventana
Dios perdona siempre. El hombre algunas veces. La naturaleza nunca.
Nos ocurre lo mismo que nos pasará con las nuevas tecnologías: volveremos a pluma y papel y dejaremos los trangenicotweets para volver a la serenidad de la contemplación.
Quico, facebook ya!!! Puedes compartir textos, opiniones, etc y potencialmente, tiene mucha más difusión que un blog personal.
O por lo menos eso creo. “No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”. Un abrazo!
A Paco Alorda:
No te falta razón, amigo. No me extraña en esa mente artística y bien amueblada. Pero tu primer comentario me ha hecho recordar una conversación que tuve con un reputado biólogo de Doñana. El buen señor, apoyándose en sólidos argumentos, me recordó que la naturaleza era sabia y pasaba página ante desastres naturales como el vertido de Aznalcóllar o los incendios forestales. Que todo volvería a ser como antaño mucho antes de lo que la gente pensaba. Que las catástrofes solo servían para dar trabajo a muchos y mamar de las tetas Estado y Europa. Es decir, él sostenía que la naturaleza sí perdona.
Respecto a esa otra moda de las nuevas tecnologías, la verdad es que es un mundo nuevo que no sabemos en qué derivará. Es apasionante. Deslumbra. Asusta. La alimentación ecológica es todo lo contrario. La agricultura y ganadería de toda la vida. Está aquí para quedarse. Solo es cuestión de tiempo que le demos la importancia que se merece, supongo que cuando los precios se vayan equiparando. No es solo salud, sino concienciación.
Gracias por pasarte por esta bitácora. Hago lo propio en http://www.pacoalorda.com/ y me reconforta el nivel. Feliz verano, querido.
A Carlos Ramos:
No digo que no lo haga. Digo que no lo haré por ocio, sino por el pan. Lo de facebook, digo. De hecho en twitter estoy bastante animadito. Por supuesto, usaré ambas herramientas para mis nuevas webs andaluzas de deportes de aventura y caza y pesca. En ello ando. Pero para tontear y frivolizar con el personal, me temo que todavía no. Y mucho menos para escribir la Q con K.
Por cierto, acabo de asomarme a tu web (http://carlosramoshaynes.tumblr.com/). Me he puesto colorao. ¡¡¡Has sacado mi tarjeta de visita entre tus trabajos!!! Un honor, compañero.
Quico, efectivamente “la ignorancia es la felicidad”…
Sí, amigo/a. Lo malo es que cada vez somos menos ignorantes, por lo tanto menos felices. Y más exigentes, eso es bueno.
Buenos días Quico, la verdad esto de la ecología no termina de convencerme debido a que realmente nunca he pensado que lo no ecológico realmente no lo fuera, pero bueno, antes de terminar de liarme del todo y entrar en disquisiciones filosóficas acerca de lo “verde” (ya empiezan a salirme ronchas como centollos por todo el cuerpo), quiero comentar que lo realmente auténtico es el rato de la venta de los pinos de ayer. Un abrazo.
Querido Quico, tu nombre me recuerda mi chuche favorita. Una buena bolsa de maiz, rico, rico, hizo las delicias de muchos días de mi niñez y de mi madurez. Lo malo es que hoy sólo hay bolsitas de maiz transgénico (que yo sepa). Algunos son de tal tamaño que me llevo un rato mirando uno de los granos porque no salgo de mi asombro ante tal medida y, encima, tiernísimos. Pero la nostalgia puede más y mi memoria huye hacia el sabor y el aroma de los Churruca de antaño, por poner una marca mismo.
A mi me parece que cuando una sociedad tiene que luchar por lo que debería ser natural, tiene un serio problema. Verbigracia, los alimentos ecológicos. Que te los venden como si fuera lo último en revolución nutricional. Y ¿sabes por qué creo yo que pasa lo que pasa? Porque la mayoría de la población del mundo industrializado están tan hecha a que les faciliten el alimento que no tienen ni idea de dónde salen las cosas que se comen. ¿No te parece lamentable? Si hablas con persona urbanita donde las haya y le cuentas que tu primo el del pueblo abona su huerta con estiércol de cerdo, te pone una cara de asco que te tumba de espaldas. O si le regalas una buena bolsa de tomates feísimos con rajitas porque están que revientan de buenos, recién cogidos del campo de tu suegro, te salta con que “son feos y que eso no se lo comen en su casa ni locos” (un amigo al que adoro dixit). ¿Que no se los comen? En cuanto los prueban no dejan descansar el tenedor.
Esa es la ignorancia terrible de estos tiempos de gentes leídas e instruidas, que muchos no saben que los pollos tienen plumas y no nacen en una cuna de poliestileno envueltos en lámina transparente.
A veces pienso qué ocurriría si sucediera una desgracia (la naturaleza no lo permita) y la gente tuviera que buscarse el condumio por su cuenta. No quiero ni pensar en la pila de gente que moriría de hambre porque no sabe distinguir una verdolaga de un yerbajo. Eso era para ver a mi padre en el campo buscando espárragos, ¡menudos manojos cojía!. Ni mis hermanos ni yo fuimos nunca capaces de ganarle en esos menesteres, aunque le pusimos ahínco.
Me congratulo de que mi madre antes de irse me dejara enseñadas todas esas cosas: que los frutos que se crían de manera natural son feos. Que las lechugas que tienen un bichito no tienen pesticidas ni venenos. Que la fruta que tiene picadurita seguro es la más dulce porque los pájaros son más listos que nosotros y eligen las mejores. Y que todo tiene su tiempo, los tomates en verano y las naranjas en invierno. Mi madre sí que era ecológista ¡de las buenas!
Saluditos.
A Carmen Arjona:
Cagonlamá, mi propio nombre tiene connotaciones transgénicas. ¿Y las pipas gigantes que venden en las tiendas de frutos secos de las grandes superficies también están manipuladas por la malvada agroquímica? Renunciar a esas pipazas sería duro, aunque los girasoles se diseñen en el laboratorio de Matrix. En fin, yo empezaría por elevar el listón de la exigencia respecto a tomates y huevos. Qué horror un tomate de invernadero del este. Qué rico un tomate de huerta de Los Palacios.
Carmen, qué me gusta que te asomes a esta bitácora. ¿Cómo podré compensarte? ¿Para cuándo tu blog espiritual en el que yo pueda dejar mi impronta? Por cierto, nuestro común amigo flamencólogo anda estos días sembrando de espinas el camino hacia Mercadona, y no precisamente para llenar el carrito de productos ecológicos. Dile algo, chiquilla, que a ti te hace caso.
Y una cosa más. Esclarecedor tu comentario sobre los que creen que los pollos nacen en “una cuna de poliestileno con una lámina transparente”. Eso me ha hecho recordar una noticia que un servidor comentaba en twitter esta misma semana ( http://bit.ly/rsxXX8 ). Un ganadero denuncia a Iberdrola porque un apagón de unos pocos minutos ha acabado con 11.000 pollos de su granja. Las aves viven toda su vida en una jaulita de un centímetro cuadrado junto a otros mil desgraciados pollitos, sin ver el sol, solo la puñetera bombilla, comiendo infumable pienso de engorde y sin picotear maíz y gusanos en el campo, como la naturaleza manda. Pero cuando falla el ventilador estiran la pata. El mundo al revés.
Por eso siempre pregunto en el mercado del Tiro de Línea por pollos de corral. Sin éxito, por ahora.
A Pepe Martínez:
“Nunca he pensado que lo no ecológico realmente no lo fuera”. Bonita reflexión. Mi esposa piensa lo mismo. Pero al leer un poquito sobre el tema y probar algún que otro alimento que exhibe el logotipo de la hoja verde con las estrellas europeas se divisa el mundo desde otra óptica. Créeme, algunas cosas que comemos son guarrerías, por mucho que estén certificadas por autoridades alimentarias. Y no me refiero solo a comida rápida o industrial. De hecho, en una anterior entrada de este blog afirmo categóricamente que nunca he probado un donut, pero no tiene nada que ver con eso.
Pepe, esta entrada de mi blog parece escrita expresamente para ti. Por una parte, tú te cuidas, haces deporte, mides las calorías. Eres la feliz encarnación de la crisis de los 40, que a ti te ha venido de perlas. Por otra, valoras lo auténtico, el sabor de lo verdadero. De eso hablamos ayer junto al buen doctor don José en la Venta Los Pinares de Alcalá de Guadaíra. Puede que la alimentación ecológica –la de antes, la de toda la vida– sea la consecuencia natural. La luz al final del túnel. Vamos en esa dirección, aunque a paso lentito.
Pues sí, lo de la ignorancia equiparable a la felicidad, ya lo dijo Erasmo en “El Elogio de la locura”: Ay, bendita estulticia, de la que disfrutan niños, ancianos y borrachos… Un saludo, Quico.
A Andrés:
Mi capitán, un lujo la referencia literaria. Parafraseando a Erasmo de Rotterdam, “se puede ser todo lo loco que se quiera con tal de reconocerlo”.
Qué buenos tiempos en el Trafalgar, amigo. Aquel bar de Los Remedios era como el Penta para Antonio Vega en La chica de ayer. Me vienen a la mente el tupé de nuestro común amigo Rafa Cuevas y el día que me declaré en su puerta a la que iba a ser mi esposa y madre de mis churumbeles (me dijo que sí, después de eso entré en el bar y te solté un abrazo de emoción, no lo recordarás). En otra ocasión que me concedas el honor de asomarte a esta bitácora déjame una estrofa de los Biris, ¿ok? Con transgénicos o sin ellos, en este mundo o en el venidero, hermanos de sangre.
Con ánimo de un poco de polémica (no sólo de padel vive el hombre), un enlace:
http://www.abc.es/20110627/contraportada/abcp-pilar-carbonero-agricultura-organica-20110627.html
Es fácil criticar el consumo de agroquímicos, seguramente porque se han cometido excesos. Pero sería totalmente imposible alimentar a la inmensa cantidad de gente que somos sin los avances en la agricultura, ya sean agroquímicos o la llamada “revolución verde” (también denostada por los movimientos ecologistas). La solución intermedia, lo que se conoce como Producción Integrada, posiblemente sería lo más sostenible a largo plazo, tanto económica como ambientalmente.
Eso sí, me parece estupendo que haya agricultores que se dediquen a esto mientras haya consumidores que estén dispuestos a pagarlo. Pero que me expliquen cómo se podrían cultivar miles de hectáreas con abono orgánico (que también contamina, ojo), o combatir plagas, enfermedades y malas hierbas consiguiendo rendimientos adecuados. Como alternativa para minorías con poder adquisitivo está bien, pero no es una alternativa viable para alimentar a la mayoría de la población. Por lo menos por ahora. Y que conste que me encantaría estar equivocado.
Por cierto, que la fruta no sepa a nada no es culpa de los agroquímicos, sino de la necesidad de suministrar fruta y verdura fresca a poblaciones muy grandes todos los días del año (quien quiera tomates en invierno no puede pedir que sepan como en verano).
Y, para terminar, que alguien de la categoría intelectual y preparación del Príncipe Carlos esté a favor de los alimentos ecológicos no deja de ser un argumento a mi favor (recordemos que es de los que opinan que no se deben comer alimentos con genes).
Bueno, pues nada más.
Como habrá adivinado el lector, mi interlocutor es algo parecido a la experta en genómica de plantas que protagoniza la entrevista de ABC que él mismo me enlaza. De hecho, en una de nuestras tertulias post pádel apuntó que tal era la materia que impartía en la Universidad de Sevilla. Entre que sabe de lo que está hablando y que lo argumenta de manera exquisita y pulcra redacción, yo mejor asumo un retiro honroso. Lo malo es que también juega al pádel mejor que yo, el tío canalla…
Carlos, mil gracias por dejar aquí tu reflexión. Algo habré hecho bien si he suscitado debate. Esa era la intención, constatar una tendencia, que no es tanto consumir alimentos ecológicos como el hecho de estar bien informados. Nos vemos en Galisport. Abrazos.